LA CORROSIÓN DEL CARACTER, de Richard Sennet

RICHARD SENNETT, autor del libro

La primera edición de este libro vio la luz en Estados Unidos en 1998. Cuando cayó en mis manos lo consideré una continuación de lo publicado por Jeremy Rifkin en su libro “El fin del trabajo”, publicado pocos años antes (1994 si no me falla la documentación). Tanto en uno como en otro se analiza (desde orientaciones distintas pero con la misma perspectiva), la problemática de la industrialización frente a la pérdida de puestos de trabajo.

En esa década, en Estados Unidos comenzaban a realizarse los primeros estudios sobre la influencia de los cambios tecnológicos en la población. A Europa, este interés llegó mas tarde, aunque no esta problemática, bien advertida en la agenda social de la cumbre de Lisboa de octubre de 2000. Si bien, algunos países (como España), y la mayoría de los ciudadanos (muy en el papel descrito por Sennet de “trabajadores exultantes por la victoria competitiva frente al despido, esperando el nuevo golpe de hacha” ) no han sabido ver con suficiente antelación la situación, tenemos que “FLEXIBILIZARNOS”  y adaptarnos a la misma.

Por eso, solamente me voy a centrar en el capítulo 3 del libro, denominado “Flexible: la reestructuración del tiempo”

 Nos dice Richard Sennet que la “flexibilidad” fue la constatación (en el siglo XV) de la vuelta a su posición normal de las ramas de los árboles a pesar de que el viento pudiese doblar el árbol.

 Nos argumenta como se considera que una conducta humana flexible debe tener las mismas condiciones de resistencia a la tensión: adaptable a las circunstancias cambiables sin dejar que estas lo rompan.

 Así, va explicando por qué las formas modernas de flexibilidad se componen de tres elementos:

–        Reinvención discontinua de las instituciones: la flexibilidad implica cambio, y esta búsqueda de flexibilidad provoca la ruptura en el trabajo.

–        Especialización flexible de la producción: Conseguir productos más rápido, para lo que intervienen la alta tecnología y las comunicaciones.

–        Concentración sin centralización: delegar el poder en directivos o departamentos de la empresa inferiores, si bien la dirección fija los beneficios y los objetivos,  dejando libertad en el sistema para conseguirlo. Hay un mayor control.

 El autor nos detalla como la especialización flexible conviene a la alta tecnología porque gracias a los ordenadores, las máquinas industriales pueden reprogramarse y configurarse fácilmente. Que la velocidad de las comunicaciones modernas ha favorecido también esta especialización flexible porque las empresas pueden tener acceso inmediato a datos del mercado global.

Para ello se requiere una toma de decisiones rápida, apropiado para un grupo de trabajo y no para una gran organización basada en la jerarquía.

 También nos pregunta si hay límites a la manera en que muchos trabajadores se ven forzados a doblegarse.

Nos presenta dos modelos (del banquero francés Michel Albert) para clasificar las economías políticas de las Naciones avanzadas:

  • Modelo Renano: el Estado interviene para ayudar a los más débiles. Denominado “Capitalismo de Estado”.
  • Modelo Angloamericano: Habrá mayor flexibilidad cuanto menor sea la intervención del Estado. Denominado como neoliberalismo, presenta grandes diferencias en los salarios e injusticia social.

En España nos encontramos ahora mismo, dentro de la crisis creada por la “no crisis” en que llevamos dos años, en una fase parecida a la que recoge Sennet citando al economista Simon Head, y ocurrida en Estados Unidos de 1973 a 1995 en que los sueldos medios cayeron un 18% (sin tener en cuenta los impuestos) mientras que los recibidos por la élite empresarial aumentaron un 19%.

 Para que comprendamos todas estas ideas, Sennet se fija en un elemento organizativo del trabajo: el tiempo. Nos ilustra sobre la nueva forma de organización de la jornada de trabajo, denominada “horario flexible” (de la que en la actualidad no queremos desprendernos). Lo describe como “un mosaico de gente con horarios diferentes y mas personalizados”. Pero nos confirma que es una falacia.

La jornada flexible de trabajo surgió con la incorporación masiva de la mujer al mundo empresarial. Su ocupación de madres a tiempo parcial exige un trabajo a tiempo parcial.

Se ha generalizado en toda la clase trabajadora, llegando incluso a trabajar en casa. Pero no se sigue el modelo del “tag-werk: tenemos esta tarea, hágala como quiera, pero hágala”. Se han inventado multitud de formas de controlar a los trabajadores que no asisten a la sede para desarrollar su trabajo. Los trabajadores cambian una forma de sumisión al poder (cara a cara) por otra electrónica. Luego, la aparición de una nueva libertad es, al menos, engañosa. La flexibilidad engendra desorden, pero no libera de las restricciones.

 Con esta idea del desorden, el autor nos traslada a la cumbre de Davos (Suiza), donde, entre otros, está Hill Gates, auténtico emblema en todos los puntos tratados: la flexibilidad le ha llevado a la cumbre desde cero. Y esta flexibilidad la centra en su disposición a desprenderse, a destruir, lo que ha hecho, siguiendo las exigencias del momento inmediato (lo que hoy acaba de salir, mañana ya está obsoleto y hay que cambiarlo).

Con ello, el autor nos transmite que necesitamos falta de apego a lo duradero y tolerancia a la fragmentación. Para ello, necesitamos un carácter seguro para moverse en el desorden: el trabajo simultáneo en muchos frentes diferentes es parte de la energía requerida para los cambios de hoy. Y Sennet, a través de su personaje Rico, nos está transmitiendo la nostalgia del “orden anterior, de la seguridad que el orden produce en nuestra personalidad”.

 Ya en nuestro universo, la agenda social europea de la cumbre de Lisboa de 2000 (cercana a este trabajo), advirtió que necesitábamos trabajadores flexibles, y que se conseguiría cuidando el aprendizaje de nuestros ciudadanos: la enseñanza. Pero, parece que hemos suspendido ese cambio. Nuestros economistas no han sido suficientemente “Gates”. No así nuestros legisladores educativos (dónde a golpe de decreto se van cambiando las estructuras sin que queramos participar en su puesta en marcha), que están entusiasmando a las nuevas generaciones de “directivos” con “la pizarra electrónica” sin llegar a solucionar el tema de las “autopistas de la información” y la práctica en la toma de decisiones rápidas y sin coste en caso de error.

¿Será este error el que nos haga “flexibles”?

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